NO ES NATURAL (Para una sociología de la vida
cotidiana) - Joseph Vicent Marqués
“Algunas formas de
vida distintas de las vigentes tienen gracia, indudablemente. Para mejor y para
peor, las cosas podrían ser de otra manera y la vida cotidiana de cada uno y
cada una, así como la de los ‘cadaunitos’ sería bastante diferente. La persona
lectora no obtendrá de este libro recetas para cambiar la vida ni –sin que
vayamos a hilar demasiado fino sobre la cuestión- grandes incitaciones a
cambiarla, pero sí algunas consideraciones sobre el hecho de que las cosas no
son necesariamente, naturalmente, como son ahora y aquí. Saberlo le resultará
útil para contestar a algunos entusiastas del orden y el desorden establecidos,
que a menudo dicen que ‘es bueno y natural esto y aquello’ y poder decirles
educadamente ‘veamos si es bueno o no, porque natural no es’.
Consideremos un día
en la vida del señor Timoneda. Don Joseph Timoneda Martinez se ha levantado
temprano, ha cogido su utilitario para ir a trabajar a la fábrica, oficina o
tienda, ha vuelto a casa a comer un arroz cocinado por su señora y más tarde ha
vuelto de nuevo a casa después de tener un pequeño altercado con otro conductor
a consecuencia de haberse distraído pensando en si le ascienden o no de sueldo
y categoría. Ya en casa, ha preguntado a los críos, bostezando, por la escuela,
ha visto en telefilme sobre la delincuencia juvenil en California, se ha ido a
dormir y, con ciertas expectativas de actividad sexual, ha esperado a que su
mujer terminara de tender la ropa. Finalmente se ha dormido pensando que el
domingo irá con toda la familia al apartamento. Lo último que recuerda es a su
mujer diciéndole que habrá que hablar seriamente con el hijo mayor porque ha
hecho no se sabe qué cosa.
Este es el
inventario banal de un día normal de un personaje normal. La vida, dicen. Pero
¡Atención!, si el señor Timoneda es un personaje ‘normal’, ‘medio’ y éste es un
día normal, es porque estamos en una sociedad capitalista de predominio
masculino, urbana, en etapa que llaman de sociedad de consumo y dependiente
culturalmente de unos medios de comunicación de masas subordinados al
imperialismo. El personaje ‘normal’, si la sociedad fuera otra, no tendría que
ser necesariamente un varón, cabeza de familia, asalariado, con una mujer que
cocina y cuida de la ropa y con un televisor que pasa telefilmes norteamericanos.
Hablando de José
Timoneda Martinez, consideremos ahora cómo incluso su nombre está condicionado
por una red de relaciones sociales. Vuelve la cabeza cuando alguien lo llama
Pepe, se cabrea en silencio cuando es el jefe de personal quien le llama Timoneda
sin el señor adelante y, enérgica y explícitamente, cuando es un subordinado
suyo quien lo hace; insiste o no en hacerse llamar Pepe por una mujer según el
aspecto que ella tenga y se siente bastante orgulloso de ser cabeza de familia,
porque así los niños han de nombrarlo según su cargo doméstico de ‘papá’. Hay
mucho más, sin embargo, en su nombre mismo. No diré simplemente que si hubiese
nacido en África quizás se llamaría Bambayuyu, que es un nombre muy sonoro y de
un exotismo justificable por la diferencia de lengua. No. Sin salirnos de
nuestro ámbito, observaremos que no naturalmente habría de componerse su nombre
del nombre de un santo de la iglesia católica, de un primer apellido que
transmitirá a sus hijos y que le vincula al padre de su padre y un segundo que
no transmitirá y que le vincula al padre de su madre. Es solamente una forma.
Podría llamarse Joseph hijo de Joan Timoneda o hijo de Empar Martínez, o tomar
el nombre de su lugar de origen y resultar Joseph de Borriaña, o haber
podido elegir, al llegar a mayor, el nombre o cuál de los dos apellidos
prefería llevar delante. Podría ser de otra manera, pero ésta es la que le ha
correspondido, ya que vive aquí. Son costumbres. ¡Atención, sin embargo! Hay
quien dice que ‘son costumbres’, como si, reconocido el carácter no natural de
las maneras de vivir éstas fueran resultado de un puro azar, cuando en realidad
nos reenvían una y otra vez a los datos fundamentales de la sociedad. El nombre
del señor Timoneda nos da pistas sobre la influencia de la Iglesia católica y
sobre el hecho de que los padres cuentas más que los hijos y el padre más que
la madre. Eso en el nombre solamente. Los actos cotidianos del señor Timoneda
nos proporcionan muchas más pistas.
El señor Timoneda
podría haber pasado el día de muchas otras maneras. Nada en su biología se lo
impide. Podría haber trabajado en su casa, si es que se puede hablar de casa al
mismo tiempo a propósito de un espacio de 90 mts cuadrados en un sexto piso y a
propósito de un edificio que fue la casa de sus antepasados y sigue siendo
taller. La mujer del señor Timoneda podría haber estado haciendo parte de la
faena del taller y el hijo mayor también mientras aprende el oficio del padre.
El más pequeño de los críos podría haber pasado el día en la calle o en casa de
otros vecinos, sin noticia ni deseo de escuela alguna.
O bien, el señor
Timoneda podía haber pasado el día cocinando para la comuna, por ser el día que
le tocaba el trabajo de la casa, mientras los demás trabajaban juntos en el
campo, en la granja o en los talleres, grandes o pequeños, todos
proporcionalmente a sus fuerzas y habilidades; y hacia al atardecer reunirse
todos para reírse ante una televisión más divertida o para discutir ante
emisiones más informativas.
O el señor Timoneda
podía haber trabajado aquel día doce horas: seis en las tierras del amo y seis
en las que el amo le dejaba cultivar directamente y haber regresado a la
barraca donde vive amontonado con familiares diversos para comentar que el amo
le había vendido junto con las tierras y preguntarse qué tal sería el nuevo
señor. O escuchar al abuelo recitar historias, seguro de ser escuchado, seguro
de ser el personaje principal de la familia.
El día del señor
Timoneda podía haber sido, pues, muy distinto y también el de las personas que
le rodean. Sería un error pensar que sólo podría haber sido distinto de haber
nacido en otra época. Con el nivel tecnológico actual son posibles diferentes
formas de vida.
Esta pequeña
introducción impresionista a ‘una sociología de la vida cotidiana’ insistirá
siempre sobre esa misma idea: que las cosas podrían ser –para bien y para mal-
distintas. Dicho de una manera más precisa: que no podemos entender cómo
trabajamos, consumimos, amamos, nos divertimos, nos frustramos, hacemos
amistades, crecemos o envejecemos, si no partimos de la base de que podríamos
hacer todo eso de muchas otras formas.
A menudo, cuando se
muere un pariente, te atropella un coche, le toca la lotería a un obrero en
paro, se casa una hija o te hacen una mala jugada, la gente dice: ‘¡es la
vida!’ o bien ‘¡es la ley de vida!’.
Lo que hacemos no
es, sin embargo, la vida. Muy pocas cosas están programadas por la biología.
Nos es preciso, evidentemente, comer, beber y dormir; tenemos capacidad de
sentir y dar placer, necesitamos afecto y valoración por parte de los otros,
podemos trabajar, pensar y acumular conocimientos. Pero cómo se concrete todo
eso depende de las circunstancias sociales en las que somos educados,
maleducados, hechos y deshechos. Qué y cuántas veces y a qué horas comeremos y
beberemos, cómo buscaremos o rechazaremos el afecto de los otros, qué escala y
de qué valores utilizaremos para calibrar amigos y enemigos, qué placeres nos
permitiremos y a cuáles renunciaremos, a qué dedicaremos nuestros esfuerzos
físicos y mentales, son cosas que dependen de cómo la sociedad –una sociedad
que no es nunca la única posible, aunque no sean posibles todas- nos las
defina, limite, estimule o proponga. La sociedad nos marca no sólo un grado
concreto de satisfacción de las necesidades sino una forma de sentir esas
necesidades y de canalizar nuestros deseos.
Así, pensar una
bomba nueva, desear una lavadora de otro modelo, comer más a menudo platos
variados aunque congelados, valorar a los demás por el número de objetos que
poseen y dedicar los esfuerzos afectivos a asegurar el monopolio sentimental
sobre una persona no es más ‘humano’, no es más ‘la vida’, no es más ‘natural’
que pensar nuevos trucos de magia recreativa, desear más sonrisas, hacer una
fiesta el día en que sí comemos pollo o valorar más a una persona porque tiene
más capacidad de gozar que tú y está dispuesta a enseñarte.
Nacer, crecer,
reproducirse y morir. De acuerdo, eso hacemos. Pero ¿acaso no importa cómo y
cuándo naces, qué ganas y qué pierdes al crecer, por qué reproduces y de qué y
con qué humor te mueres?
El señor Timoneda
se levanta cuando el satélite artificial se hace visible en el cielo de su
ciudad. Antes de salir de su cápsula matrimonial mira a su compañero, dormido
todavía y se coloca la escafandra individual. Despierta a patadas a la mutante
que le sirve de criada y le da órdenes en inglés. Hoy es un día especial! la
lotería estatal sortea simultáneamente los quince que serán autorizados para
procrear, los mil treinta y uno que se someterán a las pruebas de guerra
bacteriológica y sesenta y dos viajes a los carnavales de Río para dos personas
y una mutante. Sale a la calle ya dentro de su heteromóvil y choca enseguida
con otro. Se matan los dos conductores y el viudo del señor Timoneda es
obligado a seguir la costumbre de suicidarse en la pira funeraria. ¿Es natural
eso?
Esa sociedad
imaginaria resulta ser capitalista, postnuclear, despótica, de atmósfera
precaria y homosexual neomachista. Es una sociedad posible. Podría ser
anticipada proyectando y acentuando los rasgos de la sociedad capitalista
actual y suponiendo que hubiese tenido lugar, tras una rebelión feminista
aplastada, una eclosión de la homosexualidad reprimida acompañada de un
explícito culto al macho.
La persona lectora tiene ante sí
ahora otra sociedad. ¿Es la única posible? Ah! Un poco de distancia respecto de
su entorno no le vendría nada mal al lector o a la lectora. ’’
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