ECOLOGÍA Y POLÍTICA - Su ecología y la nuestra
Por: André Gorz
La ecología, es cómo el sufragio universal y el
descanso dominical: en un primer momento, todos los burgueses y todos los
partidarios del orden os dicen que queréis su ruina, y el triunfo de la
anarquía y el oscurantismo. Después, cuando las circunstancias y la presión
popular se hacen irresistibles, os conceden lo que ayer os negaban y,
fundamentalmente no cambia nada. La consideración de las exigencias ecológicas
cuenta con muchos adversarios entre la patronal. Pero tiene ya bastantes
partidarios entre empresarios y capitalistas, como para que su aceptación por
parte de las potencias del dinero, se convierta en una seria probabilidad.
Es mejor intentar definir desde un principio, por qué
se lucha y no solamente contraqué. Es mejor intentar prever como
afectarán y cambiarán al capitalismo las exigencias ecológicas, que creer que
éstas provocarán su desaparición sin más. Pero ante todo, ¿qué es en términos
económicos, una exigencia ecológica? Tomad por ejemplo los gigantescos
complejos químicos del valle del Rhin, en Ludwigshafen (Basf), en Leverkusen
(Bayer) o en Rotterdam (Akzo). Cada complejo combina los siguientes factores:
·
-recursos
naturales (aire, agua y minerales) considerados hasta ahora como gratuitos
porque no necesitaban ser reproducidos (sustituidos)
-medios de producción (máquinas y edificios) que son capital inmovilizado,
que utilizan y que por tanto es necesario asegurar su sustitución
(la reproducción), preferentemente por medios más potentes y más eficaces,
que den a la empresa una ventaja sobre sus competidores.
·
-fuerza
de trabajo humana que también exige ser reproducida (hay que alimentar, cuidar,
alojar y educar a los trabajadores).
En la economía capitalista, la combinación de estos
factores en el seno de los procesos de producción, tiene como objetivo
dominante el máximo de beneficio posible (lo que para una empresa preocupada de
su futuro significa también: el máximo de potencia, y por tanto de inversiones
y de presencias en el mercado mundial. La búsqueda de este objetivo repercute
profundamente sobre la forma en que los diferentes factores
son combinados y sobre la importancia relativa concedida a cada uno de ellos.
Y a esta última pregunta responde: “Tengo que
privilegiar el perfecto funcionamiento de las máquinas, que son escasas y
caras, antes que la salud física y psíquica de los trabajadores que
son rápidamente sustituibles a bajo precio. Tengo que privilegiar los
bajos costos antes que los equilibrios ecológicos cuya destrucción no correrá a
mi cargo. Tengo que producir lo que puede venderse caro, aunque cosas menos
costosas pudiesen ser más útiles”. Todo lleva el sello de estas exigencias
capitalistas: la naturaleza de los productos, la tecnología de producción, las
condiciones de trabajo, la estructura y la dimensión de las empresas…
Pero sucede que, especialmente en el valle del
Rhin, el asentamiento humano, la contaminación del aire y del agua han
alcanzado un grado tal que la industria química, para continuar creciendo o
incluso solamente funcionando, se ve obligada a filtrar sus humos y sus
afluentes, es decir a reproducir condiciones y recursos que,
hasta ahora eran considerados como “naturales” y gratuitos. Esta necesidad de
reproducir el medio ambiente va a tener repercusiones evidentes: hay que
invertir en la descontaminación, y por tanto aumentar la masa de capitales
inmovilizados; a continuación es necesario asegurar la amortización (la
reproducción) de las instalaciones de depuración; y el producto de estas (la
limpieza relativa del aire y del agua) no puede ser vendido con beneficio.
En suma, hay un aumento simultáneo del peso del
capital invertido (de la “composición orgánica”), del coste de reproducción de
éste y de los costos de producción, sin un aumento correspondiente de las
ventas. En consecuencia, una de dos: o bien baja la tasa de ganancia, o bien
aumenta el precio de los productos. La empresa evidentemente intentará elevar
sus precios de venta. Pero no lo conseguirá fácilmente: las otras empresas
contaminantes (cementeras, metalurgia, siderurgia, etc.) intentarán también hacer
pagar más caros sus productos al consumidor final. La consideración de las
exigencias ecológicas tendrá finalmente esta consecuencia: los precios tenderán
a aumentar más rápidamente que los salarios reales, el poder adquisitivo
popular será por tanto comprimido y todo sucederá como si el coste de la
descontaminación fuese descontado de los recursos de que dispone la gente para
comprar mercancías. La producción de estas tenderá a estancarse o a bajar; las
tendencias a la recesión o a la crisis se verán agravadas. Y este retroceso del
crecimiento y de la producción que, en otro sistema, habría podido ser un bien
(menos coches, menos ruido, más aire, jornadas laborales más cortas, etc.),
tendrá efectos enteramente negativos: las producciones contaminantes se
convertirán en bienes de lujo, inaccesibles para la mayoría, sin dejar de estar
al alcance de los privilegiados; se ahondarán las desigualdades; los pobres
serán relativamente más pobres, y los ricos más ricos.
En efecto, es la misma naturaleza de estos bienes
la que con más frecuencia prohíbe su equitativa distribución: ¿cómo
repartir “equitativamente”’ los viajes en Concorde, los Citroen DS o SM,
los apartamentos en el ático de rascacielos con piscina, los mil productos
nuevos, escasos por definición, que la industria lanza cada
año para desvalorizar los modelos antiguos y reproducir la desigualdad y la
jerarquía social? ¿Cómo repartir “equitativamente”, los títulos universitarios,
los puestos de encargado, de ingeniero jefe o de catedrático?
¿Cómo no ver que el resorte principal del
crecimiento reside en este puso adelante generalizado que estimula una
desigualdad mantenida deliberadamente: en eso que Ivan Illich llama “la
modernización de la pobreza”? Desde
que la mayoría puede acceder a lo que hasta entonces era el privilegio de una
minoría, ese privilegio (el bachillerato, el coche, el televisor) se
desvaloriza, el umbral de la pobreza se eleva un punto, son creados nuevos
privilegios de los que la mayoría esta excluida. Recreando sin cesar la
escasez, para recrear la desigualdad y la jerarquía, la sociedad engendra más
necesidades insatisfechas de las que colma “la tasa de crecimiento de la
frustración excede ampliamente a la de producción” (Illich). Mientras se
discuta en los límites de esta civilización de la desigualdad, el crecimiento
aparecerá ante la mayoría de la gente como la promesa-sin embargo
enteramente ilusoria- de que un día dejarán de ser “subprivilegiados”,
y el no-crecimiento como su condena a la mediocridad sin esperanza. Así, no es
tanto al crecimiento a lo que hay que atacar, sino a la mistificación que
mantiene, a la dinámica de necesidades crecientes y siempre frustradas sobre la
que reposa, a la competitividad que organiza, incitando a alzarse a cada
individuo “por encima” de los demás. La divisa de esta sociedad podría
ser: Lo que es bueno para todos no vale nada. Sólo serás respetable si
eres “mejor” que los demás.
Ya sé que surgirán las objeciones de que: “los
pobres viven mejor que hace diez años” “Consumen más, luego son menos pobres”.
Error, doble error. Pues:
1.
Si
bien es cierto que los pobres consumen más bienes y servicios, esto no
significa que vivan mejor.
2.
Suponiendo
incluso que viven mejor, esto no significa que sean menos pobres. Veamos más de
cerca estos dos puntos:
2. Ya
sé: los electrodomésticos se han “democratizado”, ya no son como hace cuarenta
años, el privilegio de una élite. Y lo mismo se puede decir del consumo de
carne, conservas, coches, vacaciones…. ¿Significa esto que los obreros, por
ejemplo, sean menos pobres? Plantead la pregunta a obreros viejos. Os dirán que
en 1936, con una quincena de salario, marido y mujer podían ir de vacaciones en
bicicleta, comer y dormir en un hotel durante dos semanas y que aún les quedase
dinero a la vuelta. Hoy para ganarse unas vacaciones en hotel y en coche, el
hombre y la mujer deben trabajar y ahorrar, no hay tiempo para cocinar y
comprar, son necesarios el frigorífico, las conservas, y horas suplementarias
para pagar todo eso. ¿Es eso vivir mejor? ¿Es eso la “calidad de vida” aportada
por los electrodomésticos?
Tratar de imaginaros una sociedad basada en estos
criterios. La producción de tejidos prácticamente indesgastables, de zapatos
que duran años, de máquinas fáciles de reparar y capaces de funcionar durante
un siglo, todo eso está, en este momento, al alcance de la técnica y de la
ciencia -así como la multiplicación de instalaciones y de servicios colectivos
(de transporte, de lavandería, etc.) ahorrando la adquisición de máquinas
costosas, frágiles y devoradoras de energía. Suponed en cada edificio colectivo
dos o tres salas de televisión (una por cadena); una sala de juegos para niños;
un taller de reparaciones bien equipado; una lavandería con secciones de secado
y plancha: ¿todavía tendríais necesidad de todos vuestros equipamientos
individuales, iríais a los embotellamientos de carretera si hay transportes
colectivos cómodos hacia los lugares de descanso, aparcamientos de bicicletas y
ciclomotores abundantes, y una densa red de transportes colectivos para los
barrios periféricos y las otras ciudades? Imaginad que la gran industria,
centralmente planificada, se limita a producir lo necesario: cuatro o cinco
modelos de zapatos y trajes duraderos, tres modelos de coches fuertes y
transformables, además de todo lo necesario para los equipamientos y servicios
colectivos. ¿Es imposible en una economía de mercado? Sí. ¿Supondría el paro
masivo? No: la semana de veinte horas, a condición de cambiar el sistema.
¿Supondría la uniformidad y la mediocridad? No, porque imaginad esto: Cada
barrio, cada municipio dispone de talleres abiertos día y noche, equipados con
gamas tan completas como sea posible de herramientas y de máquinas, en los que
los habitantes, individualmente, colectivamente o en grupos, producirán por
sí mismos, al margen del mercado, lo superfluo, según sus gustos y
deseos. Como sólo trabajarán veinte horas a la semana (y puede que menos) para
producir lo necesario, los adultos tendrán todo el tiempo de aprender lo que
los niños aprenderán por su parte en la escuela primaria: trabajo del tejido,
del cuero, de la madera, de la piedra, del metal; electricidad, mecánica,
cerámica, agricultura…
Le Sauvage, abril de 1974[1]
[1] Este artículo, fue publicado en el volumen: André Gorz, Ecología y política, que reúne artículos entre 1973 y 1977 publicados en le Nouvel Obserateur, le Sauvage y Lumière et Vie (Ed. El Viejo Topo, 1980.)
Comentarios
Publicar un comentario