Los Espejos - Oscar Espinosa Restrepo





LOS ESPEJOS

A León Ernesto Espinosa


Un amor es como un viento ciclónico que desmantela una fortaleza pacientemente construida y que se creía segura contra toda amenaza.  De las ruinas deducimos quienes en la fortaleza se encerraban, temerosos, y cómo estaban construidas las murallas.

Una muralla no se puede construir sino con uno de dos fines, no necesariamente antagónicos: defendernos de un enemigo exterior cuyo previsible asalto es justamente temido; evitar la  fuga y la dispersión de aquellos que la muralla contiene, o sea sus mismos constructores.

Si la muralla es el YO, y se ha nacido y crecido en un paraje marginado de la historia, a la sombra de una familia protectora -sobreviviente del patriarcado rural, artesanal o comercial- no esperaremos catástrofes previsibles proveniente del exterior; pero en cambio, ¿cuántos intentos de fuga habrán sido detenidos en las empalizadas provisionales que guardaban la ciudadela hasta obligarla a levantar muros más sólidos?.

Si una mujer hacía depender un precario equilibrio psíquico de la imagen de buena madre que le proporcionábamos con nuestra obediencia, es muy propio de ella que cuidara la obediencia con mimos y castigos;  es muy propio de nosotros que aprendiéramos a amar los castigos para no perder los mimos.

La obediencia fué carcomiendo todo anhelo de libertad y con ella fabricamos un gran espejo que nos decía permanentemente: eres el buen hijo de una buena madre, reconócete y admírate en esta imagen, cual Narciso en su estanque; no pretendas huir, el espejo es una muralla, si logras destrozarla, tu propio rostro será destrozado; múltiples fragmentos de mirada observarán, dispersos desde el suelo, la disolución del mundo.

Si un hombre ha dedicado su vida, desde la infancia, a ser el hijo disciplinado y trabajador de una madre más dominante que amante y quiso escapar de esa tutela engendrándote para reclamar desde la paternidad el premio de su larga obediencia, es muy propio de él que renuncie a sus más ocultos y vitales deseos, para ser el buen padre y muy propio de nosotros querer ocultar la culpa ante esa renuncia, repitiéndola.

La renuncia fué carcomiendo todo anhelo de libertad; con ella fabricamos un gran espejo que nos decía permanentemente: tú eres el buen hijo de un buen padre, reconócete y admírate en esta imagen, cual Narciso en su estanque; no pretendas huir, el espejo es una muralla, si logras destrozarla, tu propio cuerpo será destrozado; múltiples fragmentos de solidez se hundirán en los huecos del mundo que se deshace.

Si las palabras que los padres intercambian entre sí no tienen color, ni sonido, ni sentido, es propio de ellos creer que en el colegio es donde el hijo debe buscar la cultura que ellos no tienen, y es propio de nosotros no desengañarlos -presentarles los informes obtenidos por un buen estudiante de un buen colegio- para contento de todas las ilusiones racionales.

La aplicación fue carcomiendo todo anhelo de libertad; con ella fabricamos un gran espejo engastado en un lenguaje de insipidez escolar, que les decía permanentemente a nuestros padres:  ustedes son los buenos padres del buen estudiante, reconózcanse y admírense cual Narciso en su estanque; el espejo es una muralla y el hijo no intentará la fuga, porque si logra destrozarla, múltiples fragmentos de vuestros sueños convencionales, vagando en pos de él, lo acusarán por los ascensos no logrados en un mundo alucinado de escaleras que empiezan y terminan en sepulcros.


El buen hijo de la buena madre,
el buen hijo del buen padre,
el buen alumno del buen colegio,
está rodeado de espejos y tiene las manos ocupadas con espejos que no se pueden romper porque
la madre,
el padre,
el colegio
y el mundo entero desaparecerían en la nada.

Está preso en imágenes mudas que se convierten en fantasías; las fantasías multiplican los espejos y el pensamiento los rompe; queda prohibido pensar y se premian las fantasías con la tranquilidad.

Las fantasías-espejos son el mundo; y la mímica es la acción en el mundo.
Mímica filial.
Mímica estudiantil.
Mímica profesional.
Mímica conyugal.
Mímica paternal.
Mímica rebelde, también es posible contra el aburrimiento.
Mímica doctoral y profesoral, para la exportación.

Pero tanto silencio aturde.

Para no quedarse sordo, además de mudo, el buen hijo, el buen estudiante, el buen profesional, el buen esposo, el buen padre, se atrevió a romper un pequeño espejo de bolsillo en el que acostumbraba repasar su imagen para no olvidarla; los fragmentos resonaron en el piso como una risa; cerró los ojos para que no le estorbaran los espejos y la risa se convirtió en rostro de mujer, que no era el mismo, por primera vez; así pudo enamorarse de alguien distinto a una imagen de sí mismo.  Cuando extendió los brazos hacia ella se rompieron los espejos que portaba y resonaron más risas y el rostro se convirtió en persona.  Quiso avanzar, siguió rompiendo espejos y la mímica se transformó en acción y la fantasía empezó a pensar; y una gran angustia lo acusa de estar vivo y otra gran angustia lo acusa de ser libre, y otra gran angustia lo acusa de atreverse a amar.  Pero avanza con los ojos cerrados para que no se cumplan las profecías esquizofrénicas.

Cuando se hayan quebrado los últimos espejos y el viento del amor haya barrido los escombros de las murallas con ellos construidas, se abrirán sus ojos y mirará la vida directamente en sus pupilas, sólo ellas lo reflejarán a él y al mundo.

El pensamiento mirará hacia atrás y contemplará el camino tachonado de pedacitos de espejos que reverberan al sol; sonriendo al recordar tantos temores por lo que solo era espejismo, seguirá adelante.


OSCAR ESPINOSA RESTREPO

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