LOS ESPEJOS
A León Ernesto
Espinosa
Un amor es como
un viento ciclónico que desmantela una fortaleza pacientemente construida y que
se creía segura contra toda amenaza. De
las ruinas deducimos quienes en la fortaleza se encerraban, temerosos, y cómo estaban
construidas las murallas.
Una muralla no se
puede construir sino con uno de dos fines, no necesariamente antagónicos:
defendernos de un enemigo exterior cuyo previsible asalto es justamente temido;
evitar la fuga y la dispersión de
aquellos que la muralla contiene, o sea sus mismos constructores.
Si la muralla es
el YO, y se ha nacido y crecido en un paraje marginado de la historia, a la
sombra de una familia protectora -sobreviviente del patriarcado rural,
artesanal o comercial- no esperaremos catástrofes previsibles proveniente del
exterior; pero en cambio, ¿cuántos intentos de fuga habrán sido detenidos en
las empalizadas provisionales que guardaban la ciudadela hasta obligarla a
levantar muros más sólidos?.
Si una mujer
hacía depender un precario equilibrio psíquico de la imagen de buena madre que
le proporcionábamos con nuestra obediencia, es muy propio de ella que cuidara
la obediencia con mimos y castigos; es
muy propio de nosotros que aprendiéramos a amar los castigos para no perder los
mimos.
La obediencia fué
carcomiendo todo anhelo de libertad y con ella fabricamos un gran espejo que
nos decía permanentemente: eres el buen hijo de una buena madre, reconócete y
admírate en esta imagen, cual Narciso en su estanque; no pretendas huir, el espejo
es una muralla, si logras destrozarla, tu propio rostro será destrozado;
múltiples fragmentos de mirada observarán, dispersos desde el suelo, la
disolución del mundo.
Si un hombre ha
dedicado su vida, desde la infancia, a ser el hijo disciplinado y trabajador de
una madre más dominante que amante y quiso escapar de esa tutela engendrándote
para reclamar desde la paternidad el premio de su larga obediencia, es muy
propio de él que renuncie a sus más ocultos y vitales deseos, para ser el buen
padre y muy propio de nosotros querer ocultar la culpa ante esa renuncia,
repitiéndola.
La renuncia fué
carcomiendo todo anhelo de libertad; con ella fabricamos un gran espejo que nos
decía permanentemente: tú eres el buen hijo de un buen padre, reconócete y
admírate en esta imagen, cual Narciso en su estanque; no pretendas huir, el
espejo es una muralla, si logras destrozarla, tu propio cuerpo será destrozado;
múltiples fragmentos de solidez se hundirán en los huecos del mundo que se
deshace.
Si las palabras
que los padres intercambian entre sí no tienen color, ni sonido, ni sentido, es
propio de ellos creer que en el colegio es donde el hijo debe buscar la cultura
que ellos no tienen, y es propio de nosotros no desengañarlos -presentarles los
informes obtenidos por un buen estudiante de un buen colegio- para contento de
todas las ilusiones racionales.
La aplicación fue
carcomiendo todo anhelo de libertad; con ella fabricamos un gran espejo
engastado en un lenguaje de insipidez escolar, que les decía permanentemente a
nuestros padres: ustedes son los buenos
padres del buen estudiante, reconózcanse y admírense cual Narciso en su
estanque; el espejo es una muralla y el hijo no intentará la fuga, porque si
logra destrozarla, múltiples fragmentos de vuestros sueños convencionales,
vagando en pos de él, lo acusarán por los ascensos no logrados en un mundo
alucinado de escaleras que empiezan y terminan en sepulcros.
El buen hijo de
la buena madre,
el buen hijo del
buen padre,
el buen alumno
del buen colegio,
está rodeado de
espejos y tiene las manos ocupadas con espejos que no se pueden romper porque
la madre,
el padre,
el colegio
y el mundo entero
desaparecerían en la nada.
Está preso en
imágenes mudas que se convierten en fantasías; las fantasías multiplican los
espejos y el pensamiento los rompe; queda prohibido pensar y se premian las
fantasías con la tranquilidad.
Las
fantasías-espejos son el mundo; y la mímica es la acción en el mundo.
Mímica filial.
Mímica
estudiantil.
Mímica
profesional.
Mímica conyugal.
Mímica paternal.
Mímica rebelde,
también es posible contra el aburrimiento.
Mímica doctoral y
profesoral, para la exportación.
Pero tanto
silencio aturde.
Para no quedarse
sordo, además de mudo, el buen hijo, el buen estudiante, el buen profesional,
el buen esposo, el buen padre, se atrevió a romper un pequeño espejo de
bolsillo en el que acostumbraba repasar su imagen para no olvidarla; los
fragmentos resonaron en el piso como una risa; cerró los ojos para que no le
estorbaran los espejos y la risa se convirtió en rostro de mujer, que no era el
mismo, por primera vez; así pudo enamorarse de alguien distinto a una imagen de
sí mismo. Cuando extendió los brazos
hacia ella se rompieron los espejos que portaba y resonaron más risas y el
rostro se convirtió en persona. Quiso
avanzar, siguió rompiendo espejos y la mímica se transformó en acción y la
fantasía empezó a pensar; y una gran angustia lo acusa de estar vivo y otra
gran angustia lo acusa de ser libre, y otra gran angustia lo acusa de atreverse
a amar. Pero avanza con los ojos
cerrados para que no se cumplan las profecías esquizofrénicas.
Cuando se hayan
quebrado los últimos espejos y el viento del amor haya barrido los escombros de
las murallas con ellos construidas, se abrirán sus ojos y mirará la vida directamente
en sus pupilas, sólo ellas lo reflejarán a él y al mundo.
El pensamiento
mirará hacia atrás y contemplará el camino tachonado de pedacitos de espejos
que reverberan al sol; sonriendo al recordar tantos temores por lo que solo era
espejismo, seguirá adelante.
OSCAR ESPINOSA
RESTREPO
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